Texto incluido en el libro electrónico QUIEBRE DISPLAY:
Compilación de crónicas y ensayos escritos entre 2016 y 2023 por Aldo Spazzino,
impresos y publicados en distintas revistas, blogs y periódicos de México.
A la venta en eBook en el formato de su preferencia por solo $150
Más información en aldospazzino@hotmail.com
En las tostadoras no hay snuff
por Aldo Spazzino
A Ricardo y a Paty, amigos internetos donde los haya
A inicios del milenio,
cuando la pubertad se presentaba para empeorar la existencia, algunas personas
que se ostentaban como figuras de autoridad intentaban controlar el tiempo que
pasaba frente al pesado monitor de mi PC de escritorio. Cada día después de la
escuela, acostumbraba arrojar mi mochila sobre el suelo y me desataba la
corbata que me había mantenido ocho horas atado a un pupitre de fierro; luego
me sentaba frente a la pantalla por varias horas para acercarme al mundo que sí
interesaba, un mundo que en ese momento y ese lugar, se me revelaba en chats y
foros de discusión en internet.
Hoy en día, hasta las
tostadoras tienen posibilidad de conectarse a internet, y hacerle saber al
mundo lo que tu estómago va a digerir esta tarde, por lo que no es de extrañar
que las redes se usen para acercar más al mundo del que antes algunos pretendíamos
huir por medio de una computadora.
En ese entonces, a inicios del siglo, la televisión y el radio aún controlaban
la mayor parte de lo que consumíamos y veían la web como un enemigo. Una de las
aficiones de periodistas con delirium tremens, fue inventar historias sobre
satanistas pedófilos que reclutaban niños por medio de chats a los que se
accedía con cualquier seudónimo improvisado, sin dejar ningún dato personal. En
ellos platicabas con gente de cualquier parte del mundo y de cualquier tema,
sin necesidad de un registro o una fotografía. Entonces chats y foros de
internet se convirtieron en el chivo expiatorio de analistas televisivos
envejecidos que no sabían ni cómo encender una computadora. Satanismo y
pedofilia eran las palabras que más sonaban en los programas de Lolita de la
Vega que se transmitían los sábados a la medianoche; programas que sintonizaban
rucos que habían perdido el deseo de salir el fin de semana, pero buscaban
dónde dirigir su miedo desde su control remoto en un apestoso sofá.
Padres y profesores se
empeñaban en restringir las horas que pasábamos navegando yo y algunos
compañeros igual de incompetentes para socializar físicamente. Guardaban la
computadora bajo llave u ocultaban la clave del modem; siempre se les ocurría
alguna nueva treta que siempre se lograba burlar sin demasiado esfuerzo. El
escándalo llego a tanto algunos sitios en los que nos reuníamos, se volvieron
de cobro y registro obligatorio.
Los mismos que se
escandalizaban por la supuesta obsesión hacia la red, el día de hoy revisan sus
cuentas de Facebook o sus mensajes de WhatsApp cada cinco minutos. Lo cual no
quiere decir que los susodichos hayan entendido el potencial que tenía Internet,
sino que sus contenidos lograron ser absorbidos por los mismos que controlan la
televisión, el radio, las revistas, etc. No pretendo profundizar en esto, que
daría para libros enteros, sino explicar a grandes rasgos nuestra derrota como
internautas.
*
Es verdad que alrededor
del año dos mil era relativamente sencillo encontrar fotografías snuff y porno
infantil en la red (igual que hoy, solo que, me imagino, mucho más costoso).
Pero, para ser sincero, mis bajas pasiones nunca me llevaron demasiado lejos:
como puberto convencional me contentaba con quedarme en casa solo, un sábado
por la tarde y ver el mismo tipo de videos triple X que hoy ve tu hijo, tu
padre o tu abuelo en el baño de su trabajo a la hora de la comida.
Lo que sí que me
interesaba, inadaptado como siempre fui, era cualquier tipo de información que
tuviera que ver con música, cine, o libros que empezaban a gustarme. A inicios
de los dos mil no era muy común que a un adolescente de mi edad le gustara el punk
rock ibérico de los ochenta, o leyera a John Fante. Hoy es normal encontrar
memes con frases de Charles Bukowski o a deejays que tocan música de la “movida
madrileña” en antros “góticos” que apestan a orines; pero en aquella época,
tanto en lugares underground como en
internet, solo removiendo toneladas de basura se encontraba algo de información
al respecto. Y yo la encontraba.
Y a pesar de gastar horas enteras conectado a internet, nunca di con alguna
secta satánica que quisiera llenarme de placeres para luego extraer el
adrenocromo de mi cuerpo, ni tampoco con pederastas que prometieran llevarme a
Disneyland a cambio de un anilingus.
Chats y foros de música
perdidos en sótanos de páginas dedicadas a temas muy generales fueron
esenciales para mí al compartir en ellos material local de varias ciudades del
mundo: canciones, fotos de bandas de punk rock, flyers de conciertos, artículos
y demás. Es cierto que en ciudad Neza, donde crecí, caía bastante música
gracias a sonideros que migraban a Estados Unidos y luego volvían deportados
con un montón de discos, y que en el DF siempre hubo manera de conseguir
variados libros y cómics, pero parte importante de aquellos espacios virtuales
era también el cotorreo.
Fui troll y fui amigo. Y
puedo decir que toda aquella vida social que no tuve en la calle y en la
escuela, la obtuve desde un monitor, leyendo líneas escritas desde cualquier
lugar del mundo por otros tipos igual de solitarios que yo.
*
La seriedad con la que
nos tomábamos estas relaciones cibernéticas llegaban a crear patéticos
melodramas como éste: nos reuníamos en los foros de una página argentina con
información sobre punk rock (biografías de Sex Pistols y de los Ramones era
casi lo único que se encontraba, pero en los foros de discusión era donde se
encontraba lo interesante). Todos los días acostumbrábamos a conectarnos Aída,
Manu, Peke, Sol y otros cuantos más cuyos seudónimos no recuerdo porque siempre
los cambiábamos, aunque de alguna forma nos reconocíamos. Casi todos mis amigos
eran de la Península Ibérica y algunos de México, (nunca me interesaron los
punkis sudamericanos, que me parecían demasiado raros, y su música demasiado
mala, en aquellos años de ignorancia).
Puedo recordar a Aída
como una adolescente curiosa que vivía en Islas Canarias. Por fotos supimos que
era rubia y decía con burla hacia sí misma, que no era española, sino africana,
pues aquellas islas pertenecían al continente Africano más que al Europeo. Manu
era el mayor (tal vez tendría unos cuarenta y tantos años en ese entonces, pero
a nosotros nos parecía casi un anciano), aunque no lo presumía, sabíamos que
había tocado para el grupo Farmacia de Guardia y era el más amigable y
melancólico de todos, además de un sabio de internet, lo sabía todo y un día me
envió desde Madrid un paquete con libros anarquistas sobre prisiones y discos
de punk rock. Verónica, era nieta de un soldado republicano de la Guerra Civil
Española, nunca vi una fotografía suya, pero también me envió algunos
cassettes. Sol era mexicana y a ella si la conocí, era una chava rechoncha que
trabajaba como redactora en la revista TV notas y tenía una banda de punk
melódico. Le gustaban los Ramones y en todo el Chopo o tocadas a las que fui
era la única que pronunciaba "Ramouns".
Todo ocurrió por medio de
posteos en foros, correo electrónico y teléfono cuando costaba una fortuna
llamar por largas distancias. Lo curioso es que nos tomáramos tan en serio
entre nosotros como para llegar a tanto. Cada palabra, cada respuesta, cada ataque.
Verónica y Manu se llamaban por teléfono en España, y nos enterábamos de sus
problemas por medio de correos electrónico grupales en los que nos incluían;
nos enteramos de la posesiva forma de ser de Manu hacia ella y después con
Aída. Ambas terminaron quejándose de que el hombre las acosaba, se metía en sus
cuentas de Messenger de Windows y las llamaba a deshoras para hacerlas
partícipes de su depresión. El hombre no se notaba muy equilibrado, es verdad,
pero lo recuerdo como alguien siempre dispuesto a entendernos, a leernos con
atención, a evadir la agresión… alguien tremendamente triste que, se decía,
vivía solo en el campo y a veces desaparecía de internet por largas temporadas.
Nuestros correos
electrónicos grupales que comenzaron compartiéndonos información sobre música o
literatura, derivaron en reclamos personales. Recuerdo nuestra última batalla
campal como un montón de correos electrónicos llenos de acusaciones en los que no
me quedaba más que ser espectador: “No tenías derecho a espiar mis cuentas”.
“Te di mi confianza y la traicionaste”. “Invades mi espacio y ni siquiera te he
visto nunca”. “Tú me compartiste tu password”. “Eso no te daba derecho a espiar
mis conversaciones”. “Yo creo que no es para tanto”. “Me asustas, Manu, tal vez
nunca debí darte mi número de teléfono”. “Creo que mi ausencia aquí empieza a
ser necesaria”. “Deja de hacerte el mártir, ahora todo el mundo conoce nuestros
problemas”. "Pues que todo se vaya a la mierda!"…
Tiempo después la administración del
foro en el que nos reuníamos usuarios de América y España se comunicó con
nosotros. Nos hizo saber que la página www.punksunidos.com.ar quedaría en manos
de un puñado de ravers psicodélicos que ahora se dedicarían a difundir cosas
hippies. Debió ser una de las primeras páginas dedicadas al punk rock, si no es
que la primera, en convertirse en un negocio rentable y multinacional. Los
hippies se encargarían de controlar los comentarios en foros, de proponer
temas, de renovar la página, y tal. Protestamos, nos expulsaron a todos y nos
perdimos el rastro.
Pocos nos seguimos la pista durante varios años. Supe que Aída huyo de su casa
escapando de los maltratos de su padre y que luego se casó con un skinhead de
Barcelona que también le pegaba unas golpizas. Luego se metió a la cocaína y a
la música tecno, y formó parte de una cosa llamada la Ruta del Bakalao.
De Sol, la única mexicana
que conocí en aquel foro, no recuerdo mucho, sólo sé que también había sufrido
abusos de muy pequeña y que ascendió como redactora en revistas de la
farándula. Supe que también Manu le llamaba por teléfono: no imaginábamos cuándo
debía costar llamar desde España hasta la Ciudad de México en esos años en que
las "videollamadas" no existían y las cámaras web solo mostraban
pixeles que se movían lentos.
Después no supe más de la
confianza traicionada de Verónica, de las depresiones de Manu, de la vida
alocada de Aída, ni de la vida aburrida de un montón de punkis de diferentes
pueblos de México y Sudamérica que allí compartían sus obsesiones. Hoy la abundante
información sobre cine, música y literatura se acumula como moscas alrededor de
un contenedor de basura, volviéndose infumable; la discusión parece hasta
innecesaria cuando la obesidad de información agota las mentes.
*
Poco después, alrededor
de 2003, cuando las marcas y empresas empezaban a congregar usuarios en sitios
más locales, dificultando el contacto entre gente de otras nacionalidades,
internet dejó de ser tierra de nadie y se nos congregaba en guetos etnoculturales.
Llego un punto en que ya ni siquiera de madrugada podías chatear con alguien de
España o de Sudamérica. Con esto vendrían otro tipo de dramas, menos costosos
pero igual de intensos.
En los chats de MSN,
aficionados a la música compartíamos nuestros gustos musicales y empezamos a
subir y descargar archivos a lo bestia cuando obtener una canción ya no tardaba
horas. Sukes Reggae, Musique Automatique, los hermanos Orla e Irla, y un
tipo del que nunca supe su nombre, pero que se conectaba como Cro-Mag, fueron
usuarios que se materializaron más de una vez, a partir de entonces, en tocadas
de punk rock, ska, hardcore y demás en el DF y Guadalajara.
Orla, bajista de un
grupo que formamos, cuyo nombre fue una profecía autocumplida (Predestinados a
morir), era un chico ingenuo e inocente, originario de un pueblo a orillas de
la ciudad cerca de Cuajimalpa. Como a varios nos ocurrió alguna vez durante varios años este cuate estuvo enamorado
de un seudónimo, algunas fotografías falsas y varias promesas de que algún día
se encontrarían en persona para consumar su amor. Para esos tiempos ya no
estaba tan de moda aquello de tener novias desconocidas a distancia por
internet, pero nadie se lo había informado a nuestro amigo, quien duró
ilusionado con su supuesta novia hasta que se enteró de lo que todos ya
sabíamos excepto él: que le estaban jugando una broma cruel; la mujer que
tantas veces lo había dejado plantado no existía.
También yo creé un
personaje falso, Chabela. Todo esto antes de que Facebook y otras redes
sociales fueran tan populares como restrictivas. Para comunicarte anónimamente bastaba con
crear una cuenta de correo, descargar el Messenger de Windows, poner cualquier
imagen y cualquier palabra como seudónimo, nada más. Nadie te obligaba, como
hoy, a registrarte con nombre y apellidos, así que podías decir que eras Bill
Clinton, y si tenías paciencia y un poco de ingenio, siempre encontrarías a
alguien tan ingenuo como para creérselo. Así, Isabel fue un alter ego con el que
molesté a un amigo de toda la vida. Usaba esta cuenta para decirle cosas que
yo mismo no me atrevía a contarle, para sacarle verdades que a mí nunca me
confiaría, y también para inventarme la historia de Isabel con el único fin de
matar el aburrimiento. Experimento literario se podría decir.
Como dicen que ocurría con Orla, la
obsesión de mi amigo de infancia de quien me reservaré el nombre llegó a niveles inverosímiles. Más de diez veces lo cité
en diversos lugares y siempre llegaba; lo sé porque algunas de esas veces eran
conciertos o eventos a los que yo también asistía y, aguantándome la risa, le
preguntaba si no sabía algo de nuestra amiga en común, Isabel. Yo no sé si alguna vez
se dio cuenta, supongo que sí, pero un día dejó de hacernos caso a mí y a Chabela. Incluso dejó de dirigirme la palabra luego de haber sido amigos desde preescolar.
Pude saber por medio de sus fotografías públicas de Facebook, del cual me
eliminó, que se casó con su novia de la prepa y tuvieron un bebé.
Después de 2016, cuando
se publicó mi primer libro físico, conocí a bastante gente. En persona y por
internet. Una vez me solicitó amistad en redes sociales un sujeto chistoso
con el que he tenido varias buenas conversaciones sobre mujeres, vicios, literatura,
música, espiritualidad y más disparatados temas. Estoy casi seguro que se trata de alguien que conozco en persona y
utiliza este perfil (súper elaborado y ya con algunos años de existencia, con
fotos que comprueban una verdadera vida social), para platicar
de cosas de las que por tal o cual razón no acostumbramos hablar frente a
frente. Nunca le he cuestionado lo evidente, pues yo también sigo mintiendo en
redes. Por el contrario, aprecio la distancia y las pláticas siempre
refrescantes con éste, quien es uno de mis últimos amigos cibernéticos que
apareció cuando creí que ya no existían. Y si mis sospechas de que no es la
misma persona que muestra en su perfil son infundadas desde mi paranoia, no me
importa y creo que nunca me ha importado. No cambia nada en el fondo.
Comentarios
Publicar un comentario